martes, 26 de abril de 2011

La seguridad nuclear, de Fukushima a Chernóbil

Los 72 países miembros de la Convención de Seguridad Nuclear han acordado celebrar del 20 al 24 de junio una cumbre en Viena (Austria) dedicada al accidente nuclear ocurrido en la central de Fukushima (Japón) el pasado 11 de marzo. Toda información que toca la energía nuclear parece estar altamente contaminada. Con esa voluntad de calmar las preocupaciones de la opinión pública ante los peligros de la energía nuclear, ahora la Unión Europea anuncia la realización de stress test con el fin de comprobar la seguridad de las plantas nucleares europeas. Así, con nuevos controles técnicos, se plantea recuperar la maltrecha imagen de la industria nuclear y convencer a la ciudadanía de que «esto no es Japón».


El problema con estos «controles de seguridad» proyectados para las centrales europeas es que estarán diseñados por los mismos pro-nucleares, expertos poco o nada independientes que han venido avalando la energía nuclear, asumiendo todos los riesgos, fallos y cuestionamientos técnicos y socioambientales. Son los mismos que llevan décadas promocionando las nucleares, ocultando datos y encubriendo los fallos intrínsecos de esta tecnología. Son organismos que han permitido y han promocionado la proliferación de la centrales nucleares según las exigencias de las multinacionales de la energía y de espaldas a cualquier participación y transparencia democrática. Por ejemplo, Euratom está fuera de cualquier capacidad de control y decisión por parte del Parlamento Europeo, colectivos democráticos o agentes sociales.

La desinformación, la manipulación y la censura son armas que el lobby nuclear emplea constantemente. Tras diversos accidentes nucleares se eleva la tensión informativa, se ponen nerviosos y deben callar para no caer en el ridículo. De un total de 29 accidentes nucleares, podemos citar 7 en Estados Unidos, 1 en Argentina y 1 en España. Particularmente impactantes han sido los de Three Mile Island, Chernóbil y ahora Fukushima.

Ha pasado un mes desde el terremoto y posterior tsunami en Japón, el tiempo que ha necesitado el Gobierno japonés para admitir que la gravedad del accidente corresponde al nivel 7. Actualmente la situación en la central de Fukushima Daiichi es aún muy grave. Se están llevando a cabo, como consecuencia de la refrigeración de emergencia, vertidos de agua radioactiva al mar para poder disponer de volúmenes de almacenamiento para agua mucho más radioactiva, resultado de los procedimientos de refrigeración de emergencia.

En este último més hemos venido siendo informados sobre la situación, pero lo que no se quiere divulgar es que el Gobierno japonés está considerando dividir en dos a la empresa Tokyo Electric Power Co. (Tepco), propietaria de la planta nuclear de Fukushima. De esa manera, una de las dos pasaría a ser de propiedad del Estado para que todos los japoneses paguen las indemnizaciones derivadas del desastre nuclear. La «otra» Tepco seguiría en manos privadas, quedaría exonerada de toda responsabilidad, cotizando en bolsa y como si tal cosa, pese a que los propietarios sólo se preocuparon por salvar los reactores y no las vidas de los seres humanos.

Sólo en algunos medios se elude el engaño mediático de denominar a los mártires atómicos de Fukushima como los «50 héroes». Volviendo al modelo espectáculo y televisivo, se generan héroes sin vida ni valor, verdaderos esclavos de la energía nuclear sin consideración a su salud y seguridad. Cobayas humanas con las que se juega, experimenta y expone a la muerte y a graves enfermedades.

Un año más, el 28 de Abril, Día Internacional de la Salud Laboral, debe hacernos reflexionar sobre la relación entre la alimentación, la forma de producción, el contacto con productos peligros como el amianto, y la relación con la seguridad y salud en el trabajo. La precariedad laboral va mucho más allá de los accidentes y enfermedades, pues como en Fukushima, el modelo actual atenta contra la vida y contra el valor no mercantilista de la creación, convirtiendo a los seres humanos en meras herramientas y mano de obra que rentabiliza el esfuerzo y sacrificio humano en pingües beneficios de empresas, por encima de la vida y salud de las personas trabajadoras.

En relación a la seguridad y los riesgos para la salud, existen muchas formas de contaminación a las que los y las trabajadoras estamos expuestas. En Onagawa, a los trabajadores de las centrales atómicas los conocen con el nombre de «los gitanos del átomo». En Japón hay 70.000 trabajadores en las centrales nucleares. 63.000 son precarios con contratos temporales o mensuales para efectuar trabajos de manutención o de emergencia. Cobran como máximo 90 euros al día. «Se trata de trabajadores originariamente pescados en los guetos de Sanya en Tokio y Kamagasaki en Osaka, sin especializaciones particulares, pero que con el paso de los años se han convertido, pagando el precio de contaminaciones graves, en expertos. Representan casi el 90% de la fuerza de trabajo y los pagan, a fin de cuentas, para ser contaminados», nos cuentan. No serían 50 sino 300 los trabajadores que están entrando en Fukushima a turnos. 20 han sido ingresados, 3 de ellos muy graves.

Entre tanto, Tepco se disculpa por haber difundido un dato falso: los niveles de radiactividad no superarían 10 millones de veces el límite permitido, sino sólo 100.000.

Aunque la contaminación informativa persiste, el tsunami nuclear ya ha llegado a Alemania, que pretende tratar el abandono definitivo de la energía atómica, el desarrollo de energías alternativas y la modernización de las redes eléctricas.

El ministro de Economía alemán apostó por el abandono de la energía nuclear, lo que supondría un coste a su país entre 1.000 y 2.000 millones de euros al año, dependiendo de las pruebas de seguridad que se están realizando en estos momentos y del calendario de desconexión final que se acuerde, tras la presente negociación política. Pero la clave del debate y el punto más espinoso es quién soportará financieramente los costes del cierre de las centrales nucleares, pues los consumidores finales no quieren que el proceso se repercuta en las facturas y los consorcios energéticos exigen la «colaboración estatal», es decir, otra vez que paguemos a escote su no beneficio.

En una comparecencia realizada en Kiev, con motivo del 25º aniversario del accidente de Chernóbil, que se produjo tal día como hoy de 1986, el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, ha instado a un «replanteamiento mundial» de la política nuclear, tras los accidentes en las centrales de Chernóbil y de Fukushima (Japón). Las autoridades ucranianas han cifrado en unos 740 millones de euros los fondos necesarios para evitar cualquier fuga radiactiva de la central hasta 2100.

De momento, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, ha prometido una inversión de 110 millones de euros para financiar la construcción de un nuevo sarcófago. Por lo tanto, no está garantizada ni una mínima parte del coste presupuestado para evitar fugas nucleares.

La crisis salva bancos, imperios económicos, pero no vidas, y menos garantiza la salud y la seguridad para toda Europa desde la central de Chernóbil.

Lo que no cabe duda, es que hay un antes y un después de la decisión de Alemania sobre este tipo de industrias energéticas.

Afectan a todo el planeta de forma disimulada, matan a unos miles de manera paulatina y pretenden que siguamos afilando la guadaña, pagando los entierros, el afilador y nuestros medicamentos ante dicha pandemia sin cura y, para colmo, todavía nos quieren vender un seguro de vida para pagarles sine die a ellos, en el que también son los eternos beneficiarios.

Con la salud no se juega, con la energía nuclear tampoco se debería.